Mis citas

Cita de Juan José Millas en El País el 19 de Noviembre de 2009

"Los vocablos no sólo contienen definiciones, también tienen sabor, textura, volumen, que las hay imposibles de tragar, como el aceite de ricino y las que entran sin sentir, como un licor dulce.
Las que curan y las que hacen daño, las que duermen y las que despiertan. Las que proporcionan inquietud y paz. Hay palabras, incluso, que matan".

viernes, 13 de noviembre de 2009

La letra pequeña

Todo seguía según lo previsto en la víspera de Halloween. Inexplicablemente, había sido elegida por la dudosa fortuna para organizar la fiesta otro año más. Y la calificaba de tal modo porque sospechaba de mis tres íntimas amigas de toda la vida. Cuatro veces seguidas eran demasiadas. No es que me importara demasiado prepararlo todo, pero sentía que se burlaban de mí a mis espaldas.

En esta ocasión, sería María la que pasaría una noche terroríficamente divertida.Las farolas no se demoraron en Pamplona. En la calle, los más pequeños, disfrazados de seres de pesadilla, disfrutaban con gran júbilo de la mágica noche de los difuntos. Iban de puerta en puerta con el tradicional “Truco o Trato” llenándose los enormes bolsones de caramelos, pastas y chocolatinas. En las viviendas, las habitaciones estaban decoradas con precisión para crear ambiente, donde no faltaba la parafernalia habitual encumbrada por las tarántulas colgantes del techo, las brujas estampadas en las paredes y las inquietantes calabazas incandescentes de tétrica estampa.

Mi madre y mi hermano habían salido con la vecina Clara y no volverían hasta entrada la madrugada, por lo que nada ni nadie podría estropear mi broma sublimemente perpetrada.Por fin llegaron las once en punto. El timbre, manipulado para tan especial momento, sonó como si fuese un lobo aullando a la luna enlutada que honraba con su presencia. Me cercioré de que todo estaba dispuesto y abrí la puerta.

Delante de mí, María, vestida de espantapájaros, azotaba a Elena y a su hermano Josefina con un ramal de paja, mientras éstas, de vampiresas, rechazaban sus vaivenes con la mano y le despojaban de su otro brazo prefabricado. Después de pedirles que terminaran con sus jueguecitos de críos, eché la llave y pasamos al salón de bienvenida.

Fue entonces cuando comencé a experimentar una sensación de cierta maldad en mí difícil de describir. Sus rostros, risueños y despreocupados, se tornaron serios y rígidos al verse sumergidos en una oscuridad espesa, débilmente atenuada con una docena de velas dispuestas en círculo sobre el mesón de caoba. Se miraron las unas a las otras como si no entendieran qué demonios significaba aquello, y Josefina, que solía ser la voz cantante del grupo, balbuceó:

–Da… Daniela, esto da miedo de verdad, amiga, te has lucido con la presentación, pero no se ve bien con poca luz, será mejor que…
–¿Estoy oyendo bien? –le interrumpí–. Un espantapájaros… ¿espantado? Descuida. La luz es la adecuada para esta magnífica velada.
-Pero, Naiara¿no vamos a salir de casa en casa como siempre o…?
–Que no, Elena, esta vez nos divertiremos con un juego… especial. El que quiera marcharse ya sabe donde está la salida. Una vez iniciada la sesión no es recomendable dejarla a medias –fingí enfadarme mientras negaba con el dedo índice.

Alejándome de las tres pobres asustadas, subí las escaleras y entré en mi dormitorio. Me encaminé al armario y busqué entre la multitud de libros el juego mesa durante unos instantes. Ya en mis manos, regresé al salón mientras las chicas observaban absortas el programa : "Entrevista con el vampiro del castillo embrujado". Entonces, aguándoles los minutos de relajación que se habían permitido, apagué el televisor y reclamé su atención entonando una carcajada malévola:-"Ouija".

El juego conocido por todos donde un grupo de personas procura comunicarse con el más allá. El funcionamiento es claro: alentar la aparición de entidades espirituales por medio de preguntas concretas. Como reglas a tener en cuenta, dos: nunca se debe provocar a la entidad ni abandonar si el espíritu en cuestión no lo considera oportuno.Los semblantes incrédulos de mis amigas no lograron articular gesto. Atenazadas, tal vez, por la influencia imperceptible del tablero místico invocador, se encontraban todas en una pose demoledora, con piernas y brazos entrecruzados sin pestañear lo más mínimo, atentos a cada uno de mis movimientos mientras preparaba la escena.

Situé la tabla en el centro del mesón, rodeada de las doces velas, y me senté en el sillón de terciopelo individual con reposabrazos para zurdos. Acto seguido, primero Josefina y justo después Elena y Daniela simultáneamente, se arrimaron para alcanzar a ver mejor.

–Comencemos. Necesitamos concentrarnos para evocar espíritus. Para ello, nos cogeremos de las manos, cerraremos los ojos e intentaremos dejar la mente en blanco.

Tras considerar que la primera fase de sugestión a la que estaba sometiéndoles era suficiente, proseguí:
–Bien. Ahora, coloraremos nuestros dedos sobre el indicador e iniciaremos el contacto.

El tablero era clásico. Las letras, divididas en dos grupos arqueados, estaban custodiadas desde las esquinas por seres y astros antropomorfos. Tampoco faltaba la numeración del uno al nueve y el “goodbye”.

Una de las velas se consumió por completo esculpiendo en sus cenizas una sugerente figura. Miré alternativamente a cada una y luego me cercioré de si estaban preparados. Tras esto, decidí dar comienzo la sesión:
–¿Hay alguien ahí? ¡Habla para que podamos escuchar! –exclamé con vehemencia para imprimir más veracidad silencio sepulcral.

Tanto era así que las palabras aún resonaban en mis tímpanos. Las llamas vibraron y Josefina soltó un chillido nervioso que asustó a las hermanas, ambas cariacontecidas.

El ambiente, cargado de una tensión casi palpable, resultaba asfixiante por la respiración contenida de las tres, pendientes de que la tablilla indicadora reaccionase. Aprovechando el estado de ensoñación en que estábamos inmersos, con movimiento sutil y calmado, desplacé a la testigo hasta la consiguiente respuesta: “S – I”Elena se llevó la mano a la boca y las otras dos parecieron tragar saliva, con los brazos tiesos sin despegarlos de la tablilla.

Mi leve sonrisa, que después recompuse por un gesto más acorde, mostraba la felicidad que seguro habían sentido ellos cuando hacían trampa en el sorteo de nombres, pero la mía era maquiavélica. Tal vez había descubierto un hobby; tal vez me gustaba infundir temor. Luchando por no revelar esa emoción cada vez más dominante, continué con la farsa:

–¿Eres un mensajero de Dios? ¿Un mensajero del Diablo?Con una desatada rapidez sorprendiéndome a mí misma, moví con habilidad hasta formar las palabras de ultratumba. El sonido al rasgar la madera macilenta era tan auténtico que me erizó el poco vello viviente en mi cara.

“S - O - Y - U - N - E - S - P - I - R - I - T - U - E - R - R - A - N - T – E”–¿Eres bondadoso? –inquirió Josefina de improviso de un salto, antes de que pudiera seguir con mi guión preestablecido.

En ese preciso momento, decidí avivar aún más la llama del miedo. Apesadumbrados por una oscuridad impregnada hasta los huesos, era la hora de los efectos paranormales. Actuando con la presteza del buen mago, accioné un botón bajo la mesa que removió la misma. El repiqueteo del testigo indicador sobre la ouija hizo que Josefina y Elena quitaran de inmediato sus dedos y separaran la mano de Daniela, que todavía mantenía posada a merced de una profunda sugestión. Aquello me excitaba. Me sentía poderosa y todavía quería más. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía remordimientos con ejercer de siervo del mal.

La broma, la gran broma, estaba resultando tremendamente satisfactoria. Pero aún quedaba la traca final. La guinda estaba aún por llegar.
“N - U - N - C – A”

Enderecé las velas caídas e intenté calmar a las chicas, que dando palos de ciego, buscaban el interruptor como si fuese lo último en vida. Les dije que no podían abandonar, pero ellas hicieron caso omiso de mis advertencias.
–¡Vayámonos de aquí, es un espíritu maligno, es un demonio! –gritó Josefina desencajado y casi sin voz–Dani… Daniela, ¿dónde estás? ¡¿Dónde estás, Elena?! ¡Por Dios, dime algo…!

Aprovechando el desconcierto reinante e imposible de detener, aproveché para dar el toque maestro, a pesar de que me hubiera gustado alargar más el juego:
–Espíritu… ¡manifiéstate, manifiéstate!El chasquido seco del pomo de la puerta de entrada paralizó el caos.

Un chirrido infinito arañó la estancia, enmudeciéndonos. Bajo el dintel, la efímera silueta de una mujer apareció. Miraba con ojos tiernos a la nada; feliz, inocua. Probablemente, era lo más hermoso que había visto en mi vida. Josefina, Elena y Daniela permanecían estáticas, casi catatónicas. Sin lugar a dudas, la aparición estelar a cargo de la tienda de bromas Halloween’s Jokes estaba siendo ejecutada con maestría. Los rostros pétreos de mis amigas bien valían una foto para recordarles sus trampas. Corrí al dormitorio y saqué del segundo cajón del escritorio la cámara instantánea. Una vez comprobado el carrete, salí disparada directa a por la captura que serviría como seguro por si querían devolvérmela en un futuro. Cuando llegué no había nadie. Ni rastro del actor ni de los chicas. En ese momento maldije mi tardanza.

A la mañana siguiente, de camino al Instituto, recibí la llamada de Elena. Su voz sonaba lejana. Intenté pegar el oído al auricular pero resultó en vano. Miré la batería y observé que estaba completa. Seguí intentando, aunque no hubo manera de conseguir discernir algo claro, así que no tuve más remedio que desistir. Giré por la calle Monte Monjardín y luego atravesé el parque . Los barrenderos se empleaban a fondo para recoger toda la basura de la noche.Miré la hora. Iba bien de tiempo y decidí pasarme por la tienda para felicitar su gran labor; desde luego, se habían portado con la puesta en escena y el tablero trucado.

Al doblar la esquina, me extrañé al ver que la tienda, a estas horas, aún estaba cerrada. Poco después un mensaje llegaría al móvil. Lo leí incrédula y sin entender qué demonios significaba:

Gracias por prestar su servicio a Halloween’s Jokes. Las almas de sus víctimas pasarán reconocimiento antes de formar parte de la plantilla de entidades evocadas a través del tablero ouija, tal como usted, la firmante, estableció tras firmar el contrato. Sinceramente, Amaia Jimenez, directora de Halloween’s Jokes .

Aún alucinada con aquello, saqué de la cartera la copia del contrato. Leí rápidamente de arriba abajo, incluida la letra pequeña. Aquello debía tratarse de una broma. Otra de las bromas genuinas de la tienda. No podía haber vendido las almas de mis tres amigas por no leer… la letra pequeña.

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