Mis citas

Cita de Juan José Millas en El País el 19 de Noviembre de 2009

"Los vocablos no sólo contienen definiciones, también tienen sabor, textura, volumen, que las hay imposibles de tragar, como el aceite de ricino y las que entran sin sentir, como un licor dulce.
Las que curan y las que hacen daño, las que duermen y las que despiertan. Las que proporcionan inquietud y paz. Hay palabras, incluso, que matan".

martes, 1 de diciembre de 2009

Hércules y sus padres

En la antigua Roma existia una leyenda sabre la Diosa de la luz.Un día , estaba cuidando sus cultivos , de repente se desmayó.

Duró unos minutos inconsiente , su familia estaba preocupada , por que sabían que ella estaba embarazada. Pero ella no lo sabía , su madre la fue a ver a su cuarto y le dijo que estaba esperando un hijo.

La Diosa no supo qué decir , porque sabía que el padre era el Dios de la oscuridad . Pasaron los meses y ya tenia su hijo, se llamaba Hércules.

Cuando tenia 10 años, Hércules quiso buscar a su padre, pero su madre no le dejó. El Dios de los sueños le ayudó a encontrar a su padre. Hércules, dormido, soñó con su papá , estaba en el castillo oscuro.

A la mañana siguiente escapó y fue al castillo. La luz desapareció , sin razones la diosa buscó a Hércules , pero no lo encontró , se dio cuenta de que se había escapado.

Hércules llegó al castillo, llamó a su padre y el Dios de la oscuridad se enfadó. Hércules le explicó lo que sucedió. Los dos fueron en busca de la Diosa y vivieron para siempre juntos y felices.

Desde entonces exisitió en el mundo entero el día y la noche.

¿Y la Navidad?

Dindón era un duendecito alegre y movedizo que vivía junto a su familia en una ciudad habitada sólo por duendes. Siempre estaba contento y hacía reír a los demás.

Si iba a la escuela, su mamá salía corriendo tras él para alcanzarle la mochila, si iba a jugar a la pelota, se acordaba al momento de patear que la había dejado en su casa.Dindón era famoso en su cuidad por perder las cosas, pero como todos lo sabían, cada cosa que aparecía y no tenía dueño, ya sabían a quién preguntarle.

Dindón amaba la Navidad. La esperaba con ansias y -siempre y cuando no los perdiera- le gustaba mucho leer cuentos y ver películas de Navidad. Sus padres no creían demasiado y por ende no le hablaban de lo que era realmente, por lo que el duendecito creció creyendo que la realidad era lo que le mostraban los libros y las películas. Mientras fue muy chiquito no hubo problemas, pero cuando creció las cosas se complicaron. Desde muy pequeño Dindón creció -como tantos niños escuchando historias de blancas Navidades- donde todos los paisajes se cubrían de nieve, los niños hacían muñecos con bufandas y los arbolitos más que verdes, eran blancos.
En las películas que veía ocurría también lo mismo, Papá Noel, muy abrigado, sobrevolaba con su trineo blancas montañas y sus renos tenían siempre la punta de nariz llena de nieve. En cada cuento, en cada relato y cada película Dindón se acostumbró a ver una Navidad blanca, paisajes con nieve, gente abrigada, árboles plagados de copos y renos con la punta de las narices muy frías.

Con el tiempo Dindón creció y ahí empezó la gran confusión. La primera Navidad que Dindón tuvo más conciencia de las cosas, se enfrentó a lo que él creyó era un grave problema.
Esperaba la Navidad con muchas ganas como siempre y también como era costumbre leía y releía los mismos cuentos y veía las mismas películas; las que le habían quedado, pues otras las había perdido.

Un día salió a la calle y se dio cuenta que, a pesar de faltar poco para el 25 de diciembre, el calor era realmente agobiante, el sol se había quedado como paradito firme arriba de él y todo brillaba bajo su luz. Nada encontró de blanco en el paisaje que veía, los verdes eran muy verdes, no había renos, sino perros callejeros cuyas narices no estaban para nada congeladas y por más que buscó y buscó no encontró ni un solo muñeco de nieve.

Comenzó a correr desesperado, creyendo que –una vez más- había perdido algo. Los otros duendes que lo vieron pasar corriendo y con carita de preocupado, le preguntaron qué le pasaba:

– ¿Dónde está? ¿Dónde está? Gritaba Dindón desesperado.
– ¿Dónde está ,qué amiguito? Le preguntaba los vecinos, creyendo que –como era costumbre- había perdido algo.
– ¿Dónde está? ¡No la veo, no la veo!
– ¿Qué perdiste esta vez Dindón? Se escuchó al unísono
– Perdí la Navidad. Se perdió, no está, la debo haber perdido yo. Sollozaba muy triste el duendecito.

Nadie entendía nada. Todos los duendes se miraban entre sí y finalmente miraban al pobre Dindón que no hacía más que llorar sin consuelo.

– ¿Cómo se va a perder la Navidad amiguito? ¿Qué estás diciendo? Preguntaban unos.
– Con este duendecito nunca se sabe. Decían otros. Vive perdiendo todo, a ver si termina siendo cierto y nos quedamos todos sin Navidad.

Cuando pudo calmarse un poco Dindón les explicó:

– La Navidad es blanca, tiene nieve, renos con la punta de la nariz como helados de agua, muñecos hechos en las plazas con narices de zanahoria, hace frío y los árboles no son verdes, pues están llenos de copos blancos que los cubren. ¡Todo eso se perdió! Volvió a sollozar nuestro amiguito.

Los demás duendes lo miraban creyendo que el pequeño no sabía lo que decía, pero en realidad sí sabía. Nadie le había enseñado lo que era la Navidad realmente y fue creciendo creyendo la realidad salía de un cuento o de una película.

– ¡Ya decía yo que este pequeño era un peligro! Miren lo que fue a perder ahora. Intervino un duende gruñón que nada entendía de ilusiones, creencias y Navidades.
– ¡Pero qué dice! Le contestó otro, ¿no ve que está confundido?
– ¡Es culpable! Decían unos que tampoco creían mucho en nada.
– ¡Culpable de qué! Retrucaban otros que no sólo creían, sino que sabían verdaderamente lo que era la Navidad y de qué se trataba.
– Creo que acá hay una gran confusión, dijo un duende viejito y muy sabio. Dindón no hay de qué preocuparse. Agregó.
– ¡Cómo que no! Lo que veo en nada se parece a cómo yo veo que es la Navidad. ¡Se perdió, se perdió y seguro yo tengo que ver con esto!
– Tranquilo amiguito. Aquí no se perdió nada. Lo que ocurre es que creciste sin que nadie te explicara se qué trataba y cómo era. Navidad, es siempre Navidad, haya nieve o sol, calor o frío. No pasa por el paisaje y lo que nos cuentan relatos o películas de otros países.
– No entiendo, no entiendo. Decía Dindón agarrándose su gorrito de duende temiendo perderlo.
– En Navidad celebramos el nacimiento del niño Jesús, para esta época en algunos lugares hace mucho frío, en otros, como nuestra cuidad, mucho calor. Lo importante es festejar junto a los seres que amamos que Jesús ha nacido y que con él, nacen nuevas esperanzas y una vida nueva para todos.
– ¿Y la nieve, y los renos con sus narices congeladas? Preguntó Dindón.
– Esa es la forma con la que representan en otros lugares, pero la Navidad es una, está en el corazón de cada uno, en el amor hacia los otros, en compartir con los seres queridos ese momento tan importante. Se trata de estar en familia, con calor o frío, con lluvia o sol.

Dindón miraba al duende viejo tratando de entender lo que nunca nadie le había explicado correctamente.

– Te repito amiguito, la Navidad no depende de lo que veas a tu alrededor, cada 25 de diciembre se produce el mismo milagro, el niño Jesús vuelve a hacer y lo hace en el corazón de cada uno de nosotros, los que creemos.
– ¡Ahora sí entiendo! Entonces no se perdió, yo no hice nada, no importa que nuestro paisaje no sea el que siempre vistió la Navidad para mis ojitos.
– Eso es, no busques afuera lo que está dentro tuyo, creo que sería bueno que hables con tu familia sobre esto ¿no te parece?
– ¡Gracias, muchas gracias amigo! Grito el duendecito y salió corriendo muy contento a su casa.

Por primera vez y gracias a la confusión de Dindón, su padres se pusieron a pensar que jamás le habían enseñado a su hijo de qué se trataba realmente la Navidad. Fue hermoso descubrirlo juntos, en familia.

Así fue que Dindón ,y sus papás también, aprendieron realmente que el milagro de la Navidad no vive en un copo de nieve, ni en un paisaje blanco. Es un milagro que año a año se renueva en el corazón de cada duende o persona que cree.

De todos modos y por las dudas, cada diciembre Dindón les recordaba a su familia y todos los que lo quisieran escuchar de qué se trataba la Navidad, no fuera cosa que el verdadero espíritu navideño volviera a perderse.

Una Navidad diferente

Cada año, cuando se acerca la Navidad, Goizeder y sus amigas, empiezan a hacer planes de que harán en esos días tan especiales, días en los que no hay colegio, no hay que madrugar, días especialmente para ir de compras y pasarlo bien, como todos los años. Lo que no sabían que este año, el destino les había preparado UNA NAVIDAD DIFERENTE, una Navidad que ninguna iba a olvidar jamás.

El 22 de Diciembre acabaron las clases para ellas, les quedaban por delante 17 días para disfrutar al máximo de esas esperadas vacaciones.
Ese mismo día quedaron para ir al cine, a la entrada del cine les esperaba la primera prueba de esa Navidad, una mujer no muy mayor, despeinada y con una mirada triste, estaba pidiendo limosna, con un cartel que decía: “No tengo dinero, no tengo casa, por favor aceptaré cualquier tipo de ayuda”.

Ellas en ese momento comentaron lo desagradable de la situación, pero no imaginaron que esa señora era el principio de su historia. Después de salir del cine, fueron a comer algo y después a casa.

Al día siguiente, quedaron en la parada del autobús para ir al cetro comercial. Una vez allí, estuvieron probándose ropa, puesto que sus padres les habían dado dinero para comprarse algo, aprovecharon también para comprar algún regalo para su familia, ya que al día siguiente era la noche del Olentzero y aunque ellas no creían en esas cosas, compraron un detalle para sus padres y hermanos.

A la salida del centro comercial, en la puerta sentado en el suelo, vieron a un hombre de unos cuarenta y tantos años, con barba de varios días y la ropa que parecía dos tallas más grandes de la suya, era de noche, hacía mucho frío y en un principio sintieron miedo y cuando se fueron acercando, vieron que había un cartel a su lado que decía: “No tengo dinero, no tengo casa, por favor aceptaré cualquier tipo de ayuda”, era su segunda prueba de la Navidad. Las cuatro amigas de miraron, pero no hicieron ningún comentario, se dirigieron a coger el autobús y quedaron en que al día siguiente irían a ver el desfile del Olentzero.

Por fin había llegado la Nochebuena, y como en la mayoría de las casas, habían preparado el árbol de Navidad y lo habían adornado con muchas cintas y muchas bolas. Esa noche vendría toda la familia a cenar, y aunque a ellas les agobiaba la visita de abuelos, tíos, primos… tendrían que aguantar, porque ya sabían que luego van los regalos, la paga… Y merecía la pena! Ya que este año, Goizeder había pedido un móvil nuevo, un ipod, y varias prendas de ropa y calzado, estaba deseando que llegaría la noche para que le dieran lo que había pedido.

A las cinco en punto, estaban ya todas en la calle, comentaban lo que habían pedido cada una y aunque no creían en el Olentzero, ni tampoco en los reyes, sabían que en su casa siempre había regalos para ellas. Se fueron a ver el Olentzero y les hacía gracia que los niños pequeños, le gritaban para pedirles regalos y entregaban sus cartas pensando que esa noche mágica el Olentzero pasaría sin que ellos le vieran y dejaría lo que ellos habían pedido debajo del árbol. Son cosas de niños y ellas aunque todavía tenían 12 años, pensaban que eso ya no era para ellas, que ellas eran ya suficientemente mayores para creer esas tonterías, para ellas la Navidad sólo era estar de vacaciones, gastar y recibir regalos, esa era su idea.

Cuando se dirigían nuevamente a terminar las últimas compras, en medio del alboroto de la gente que se iba a su casa a preparar la cena, se chocaron de frente con una niña de unos seis años que entre sollozos les dijo que se había perdido, se apartaron del lugar del alboroto y ya más calmada la niña les dijo que había acudido con su mamá a entregar la carta al Olentzero y como se perdió no había podido entregar su carta, tenía ojos tristes y encima se había perdido.

Las cuatro amigas le dijeron a ver si tenía el número de móvil de su madre o alguien de su familia y la niña contestó que sus padres no tenían móvil, a ellas les pareció raro que ninguno de sus padres tuvieran móvil en estos tiempos que hasta ellas tenían pero no le dieron importancia. Le preguntaron a ver donde vivía, y después de varios datos que les facilitó la niña decidieron llevarla a su casa. Por el camino la niña les dijo que sus padres no trabajaban, a ellas no les extrañó ya que sabían por varios de sus familiares, que el trabajo estaba muy mal y había poco.

Por fin llegaron al lugar donde les había guiado la niña, pensaron que se había equivocado porque entraron a un tipo de albergue donde había mucha gente. Entraron hasta dentro y al fondo estaba su madre que se abrazó en seguida a la niña, por la otra esquina apareció su padre y los tres se abrazaron un buen rato. Cual fue la sorpresa de las amigas cuando descubrieron que la madre era la mujer que habían visto en el cine pidiendo y el padre era el hombre de la ropa grande del centro comercial.

La pareja se acercó a darles las gracias a las chicas y después de invitarles a un chocolate caliente, les contaron la realidad de su historia, eran una familia normal, vivían en una casa muy bonita, pero el destino quiso que el padre se quedara sin trabajo, la madre tenía una enfermedad en los huesos y no podía trabajar, después de mucho luchar al final les quitaron la casa y se quedaran sin nada. En el albergue les proporcionaron alojamiento y comida, por eso estaban pidiendo en la calle, porque en poco tiempo de tenerlo todo, pasaron a no tener nada.

Las chicas se quedaron de piedra, se marcharon de allí muy tristes, pensando en esa pobre familia que podía ser cualquiera de ellas, al rato volvieron y le dieron los regalos a la niña, diciéndole que se habían encontrado con el Olentzero y se los había dado para ella.

Por fin comprendieron el verdadero espíritu de la Navidad, poder estar con tu familia y disfrutar de ella porque nunca sabes lo que te deparará el futuro.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Intercambio con un británico

Hace unos años, cuando yo tenía 18, para estudiar y para estar mejor preparada para la Universidad, propuse a mis padres hacer un intercambio, al principio no se atrevían: por la cultura, por el desconocimiento, por el tiempo... pero al final aceptaron.

Encontramos la casa ideal, con una pareja muy buena y el hijo que venía para hacer el intercambio era super majo según me dijeron mis padres en una de sus muchas, muchas cartas.

Mi equipaje, ocupaba muchísimo pues iba a estar aproximadamente 2 ó 3 años. Llevándome la ropa de las cuatro estaciones, la de fiesta, las cosas del baño y muchas otras cosas. En las maletas no cabía ni un alfiler. Me acuerdo que el intercambio se realizó a principios de verano del año 2015. El viaje no se me hizo muy largo, pero sí un poco triste por no ver a mi familia durante tanto tiempo.

Cuando llegué, como en las películas, estaba esperando una pareja con un cartel en el que aparecían mi nombre y mis apellidos. Me dirigí hacia ellos, se alegraron de verme, y con estas palabras me recibieron:

- Welcome to the UK!- yo me quede un poco apurada, ellos me sonrieron y nos dirigimos a la salida: EXIT.

Me sorprendió la cantidad de tráfico que había. Tardamos una media hora en llegar a su super casa, como aquí diríamos: un chalet. Tenía: piscina, un enorme jardín, pequeños arbustos, una mesa con sus sillas y alguna cosa más...

El interior del chalet era majestuoso. La cocina se unía al salón-comedor en la planta baja. A la segunda planta se subía por una escalera de caracol, que estaba en una esquina del salón-comedor. En esa planta se encontraban las habitaciones del chico, la de su hermana gemela, la habitación de sus padres y mi habitación. Estaba preparada a mi gusto, pues me habían preguntado antes de ir. En medio de la habitación se encontraba una acogedora cama, en la esquina estaba el armario, pequeño de apariencia y muy espacioso por dentro. Al lado de la cama se encontraba la mesita de noche, en la que estaba la lámpara. Enfrente de la cama se encontraba la ventana.
En esa misma planta se encontraba un baño completo en el que había de todo.

Cuando me presentaron a su hija, supe que nos haríamos grandes amigas, se llamaba: Sofí.
Tenía el pelo rubio, los ojos azules, era delgada y alta, su ropa siempre iba a la moda y era agradable y divertida. Su madre le había dado a sus hijos el color rubio de su cabello. Era alta, esbelta, delgada, muy guapa, alegre y divertida. Su padre les dejó en herencia sus bonitos ojos azules, era alto, esbelto, delgado y con un toque de seriedad en la mirada, pero era muy majo.

Los primeros días fueron, por decirlo de alguna manera fueron de descubrimiento, me mostraron las avenidas, las calles, los trenes, los autobuses, los hoteles, los cines y muchísimas otras cosas más.

El primer mes se me pasó volando y sin darme cuenta tenía unas 20 cartas de mi familia. En muchas de ellas me preguntaban cómo estaba, que si aprendía mucho, y también me decían que el hermano de Sofí, Tom, era muy educado, solo que la mayoría de las veces no se comprendían...
Sofí me daba clases de inglés y aprendí muchísimas cosas.

Me acuerdo de que todos los domingos por la mañana el desayuno era completísimo. Beth la madre de Sofí, cocinaba de todo: tortitas, huevos, bacon, café, colacao, tortilla, revuelto... en fin, todo lo que se le ocurría, y nosotras la ayudábamos pues nos encantaba.
Me acuerdo en mi primer verano el calor que hacía y lo fría que estaba el agua de la piscina de su jardín. Los 3 me habían dicho:

-¡¡¡No te metas tan deprisa!!! - pero yo me tiré de cabeza, y nada más tocar el agua comprendí su advertencia, estaba helada.

Ese verano fué el mejor de mi vida junto con los otros 2. Porque al final me quedé 3 años, de lo agusto que estaba, por poco no me voy. La despedida fué un poco dura, me dió mucha pena tener que despedirme de Sofí, de su padre y de Beth.

Cuando llegué a casa recuerdo que estaba cansada por el largo viaje, pero se me saltaron las lágrimas al ver a mi familia, mi hermana y mis padres. Tengo que reconocer que les echaba mucho de menos.

A partir de entonces todos los días Sofí y yo nos comunicamos por el messenger en inglés y en castellano pues yo también le había enseñado, pero yo castellano.
Ahora todos los veranos nos vemos, o porque vienen ellos aquí, a Navarra, o porque vamos nosotros allí. Es muy divertido, aunque luego nos quedamos tristes.
Y esta es la historia del intercambio con un británico.

Sueños Reales

Hola yo soy un niña de 13 años,que vive en el campo con sus dos hermanos y con sus padres. Parece una vida normal como la de cualquier niña de esta zona, pero no soy como cualquiera, soy especial, aunque vuestras madres os digan que sois únicas y todo lo que dicen las madres: ¿quereis saber por qué yo soy especial?

Pues es porque yo sueño lo que le pasa a la gente. Todo lo bueno y todo lo malo, pero nadie entiende ese peso que llevo en mi. Si alguien va a morir y yo lo conozco sueño cómo va a pasar, pero no puedo cambiar el futuro de ninguna persona. Esto, por supuesto, nadie sabe de esta maldición.

Llevo unas cuantas semanas preocupada porque me estoy volviendo loca al soñar que voy a morir a manos de una niña a la que le pasaba lo mismo que a mi. Lo de los sueños reales no aguanto más esta presión.

Ayer pasé por la cascada que hay enfrente de mi casa y me encontré una careta de un perro y detrás una niña. Me asusté, empezé a correr y empezó a perseguirme. Yo me caí y antes de que ella me alcazara:
zzzzzzzzzzzzzzzzzzzaaaaaaaaaaaaaaaaaaaasssssssssssssssssssssssssssssssssssss, me deperté y me encontré con mis hermanos vestidos de fantasmas intentando asustame. Al verlos después de ese sueño grité, pero después me tranquilizé porque todo por ahora había sido un sueño.

Volvi a dormirme y esta vez no volví a soñar lo mismo sino que me dijo alguien:
- No te acerques a la vieja estación de tren. Si te acercas, ella habrá ganado la guerra.

Yo empezé a decir qué guerra, qué guerra, qué guerra... Mi madre vino a despertarme y me preguntó:
- ¿qué guerra, cariño? yo le contesté -ninguna, mami, ninguna.

Me vestí y me despedí de toda mi familia porque estaba decidida de ir a la vieja estación de tren y no sabía si iba a volver porque igual mis sueños se cumplían.

Bueno fui y de repente apareció alguien que me dijo:

- ¡Huye!

No escapé y por no escapar la niña se me acercó y justo pasó el tren y yo caí a la vía. No me atropelló el tren, aunque lo hubiera preferido: la niña me arrancó los brazos, las piernas y los ojos para que siempre viva en mis malditos sueños.