Como todas las mañanas Olen se despertó temprano, casi antes que el alba, en su caserío al norte de Pamplona. Pero, ésta no era una mañana cualquiera y ya el bonachón, jatorra y afable con todos, como lo describían sus vecinos, se vestía para comenzar las faenas del día.
No son esas faenas hoy las habituales del campo de todos los días y por eso su ropa era la mejor camisa blanca de los domingos, el pantalón azul marino sin ningún jirón, su mejor chaqueta de pana negra y sus albarcas y calcetines beige de lana pura de sus ovejas.
Tenía una cita esa noche, una cita más importante que la de un enamorado con su querida, pero que le daba mayor gratificación : ver otras caras con ojos brillantes, no se sabía si de sueño o de ilusión.
En el barrio de La Txantrea, un poco más tarde, era Balta quien se disponía a desayunar en su casa. Él sabía que esa comida del día era importante y tenía que estar cargada de energía, aún incluso más que para otras jornadas habituales de su trabajo en una fábrica de automóviles a las afueras de Pamplona. La tarea que tenía para esa noche podía ser, para mucha gente, tan monótona como colocar una pieza de ensamblaje en una carrocería de coche todos los días de seis de la mañana a ocho de la tarde, pero Balta sentía un hormigueo especial en su morena tripa cuando desde el quicio de la puerta oía los gritos de alegría de los niños. Sacó de un bául de blanco marfil un traje de colores vivos y dorados que su bisabuelo dio al padre de su padre y que él esperaba pasar a su hijo Aitor en pocos años. Se lo puso y lo acompañó de unas babuchas del mismo color del sol.
Mel es nuestro siguiente protagonista. Por su pelo canoso parecería que tenía 60 años, pero el pasado 3 de Diciembre, día de la Comunidad que le vio nacer, cumplió sus primeros cuarenta otoños en tierras navarras. Siempre había sido de pelo cano, desde jóven, y ya en el colegio de curas que estudió y donde conoció a sus amigos llamaba la atención por el color de su pelo. Ahora que se había dejado barba parecía incluso más mayor. A Mel no le gustaba llevar más joyas de las necesarias, como el añillo que heredó de su padre, un señor de negocios del Este de Europa, pero esa noche sabía que debía liderar al grupo de amigos en ese momento tan especial, y Mel sentía cómo le veían con respeto, aunque también percibía el temor de los más pequeños.
Eran las tres de la tarde y Casper estaba en el restaurante del Corte Inglés comiéndose un menú en la séptima planta del centro comercial. Allí se había acercado para cerrar los acuerdos con la prestigiosa marca comercial y desarrollar el negocio que tradicionalmente llevaba a cabo con sus amigos y socios anualmente. Aunque Casper era el más jóven de todos tenía gran capacidad de persuasión con sus palabrasy siempre embaucaba tanto a las mujeres y hombres como se ganaba a los niños. Seguramente por su cara juvenil, éstos últimos lo aclamaban al que más, y solía tener durante todo el año su correo electrónico abarrotado de mails y su buzón no soportaba más cartas, así que siempre tenía que coger un apartado de correos en la oficina del Paseo de Sarasate, a donde se había acercado antes del almuerzo.
Hacía poco que había pisado, de nuevo, tierras navarras. De hecho llegó al aeropuerto de Noáin a las 17 horas procedente del aeropuerto de Luton en Inglaterra. Chris era el mayor de todos, incluso mayor que Mel, sólo por dieciocho meses, pero era el mayor. Sus padres eran de un país del norte de Europa y se trasladaron cuando él era un niño al país de la Coca Cola, donde, como le contaron una vez, cambiaron el traje tradicional blanco por uno más colorado que era el que llevaba cuando bajó del avión. Ahora todos le conocían por Fat Chris, que podía ser por dos razones: una, porque era padre de dos preciosas niñas rubias; y otra, podría ser porque había perdido esa figura estilizada que tenía cuando jugaba a fútbol sala con sus amigos Olen, quien era el portero, Balta, Mel y Casper- quien lo presentó a los demás, pajes incluidos. A veces los niños eran al que menos entendían, sólo sabían repetir su risita aguda y estridente: “jojo”,pero era muy parecido a Olen, sobre todo, en su volumen y en su bondad.
Por fín, llegó la hora. La noche había caído en las calles de Pamplona, y aunque era medianamente temprano, no había nadie en la Plaza del Castillo. Parecía la noche propicia para un reencuentro entre varios amigos.
Se había echado la niebla en nuestra ciudad y nada se veía a más de dos metros de distancia, cuando de repente, de entre la bruma salieron ellos, cada uno de una esquina de la plaza: Olen, Mel, Casper, Balta y Fat Chris. Desde pequeños habían visto a sus familiares seguir esa tradición de generación en generación, pero cada uno en su tierra, en su país, cada uno por su lado. Ahora habían decidido unir sus tareas y empezar por la ciudad que les unió, Pamplona.
Los cinco amigos sabían que las ilusiones de los niños y adultos eran difíciles de cumplir, pero intentarían ayudar a todos. En su “patrulla” por toda la ciudad dejaban objetos materiales para todos los que se habían puesto en contacto con ellos, pero aparte sabían que en cada casa que visitaban sus habitantes verían realizados sus sueños de todo el año y, por eso, Olen, Mel, Casper, Balta y Chris se mostraban felices y creían que aunque sólo por un día la felicidad podía ser la gran protagonista de cada rincón de Pamplona.
Esta es una historia real y ficticia, de amor y amistad, de reencuentros y alegrías, de regalos y valores. ¿ Es eso la Navidad para ti ? Yo espero que sí, y está en cada uno de nosotros el que la Navidad no sólo sea un día al año, y que traslademos, de generación en generación, de padres a hijos, entre paises, culturas, razas y religiones diversas que el amor, la paz y la felicidad está en los más pequeños detalles y que debe estar presente en nuestros corazones cada día de nuestras vidas.
P.d.: Estoy de acuerdo con todo lo del rap excepto los insultos y el fin de Papa Noel, tan sólo que es un invento de los estadounidenses.
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