Mis citas
Cita de Juan José Millas en El País el 19 de Noviembre de 2009
"Los vocablos no sólo contienen definiciones, también tienen sabor, textura, volumen, que las hay imposibles de tragar, como el aceite de ricino y las que entran sin sentir, como un licor dulce.
Las que curan y las que hacen daño, las que duermen y las que despiertan. Las que proporcionan inquietud y paz. Hay palabras, incluso, que matan".
"Los vocablos no sólo contienen definiciones, también tienen sabor, textura, volumen, que las hay imposibles de tragar, como el aceite de ricino y las que entran sin sentir, como un licor dulce.
Las que curan y las que hacen daño, las que duermen y las que despiertan. Las que proporcionan inquietud y paz. Hay palabras, incluso, que matan".
sábado, 25 de febrero de 2012
La dificultad del español
La lengua, una diversidad común
Por Alonso Cueto
La frase de Oscar Wilde, según la cual Inglaterra y Estados Unidos eran países separados por el mismo idioma, no era una ironía total. Dicha en los tiempos de Wilde, los modismos, acentos y particularidades del inglés de cada uno contribuían efectivamente a ciertas dificultades que con el tiempo se han borrado. Hoy ingleses y norteamericanos se entienden a la perfección gracias a muchos factores, entre ellos la televisión, el turismo y los negocios globalizados. No se puede decir lo mismo del francés que separa a los canadienses de Québec de los franceses (entre los que no ha habido un circuito sostenido) pero sí del español que une a españoles e hispanoamericanos. Creo que nunca ha habido un tráfico de palabras más nutrido entre la península y los diversos países latinoamericanos, que ha sembrado términos a ambos lados del Atlántico. Esta polinización en el lenguaje es una señal de que las relaciones entre ambas comunidades están, a mi juicio, en el mejor momento de su historia. Y sin embargo, algunos ejemplos podrían negar esa afirmación. Siguiendo un modelo del gran escritor mexicano José Emilio Pacheco imagino un ejemplo, el de la llegada de un turista peruano a un hotel en Madrid.
La historia es como sigue. Apenas instalado en su pieza, el peruano llama por teléfono a la recepción y le dice una frase al conserje: "Disculpe. Como el caño de la tina se ha malogrado, le ruego mandar a un gasfitero para que lo arregle". Al escucharlo, el conserje no entiende cinco palabras de la frase, es decir no comprende lo que el pasajero le está pidiendo. El peruano recién llegado no sabe que debía haber dicho: "El grifo de la bañera se ha estropeado, le ruego enviar a un fontanero para que lo repare".
Ejemplos de este tipo sobran. Cuando fui a vivir a Madrid a comienzos de 1977, recuerdo mi descubrimiento de algunas palabras españolas, entre ellas "culebrón" por "telenovela", "el maletero de un coche" por "la maletera de un carro", y el uso de palabras para prendas de vestir como "jersey" y "cazadora". "Marcharse" por "irse", "cañas" por "cervezas", un "follón" por un lío o problema y "dar de hostias" (¿por qué ese término litúrgico?) por "dar de golpes", forman solo algunos ejemplos de los interminables que unen o diferencian, o unen en la diferencia, a nuestros países (las diferencias entre las comunidades de cada país latinoamericano también son notorias). La más famosa y divertida de estas diferencias, el uso de la palabra "polla" como "órgano sexual masculino" en España y como "lotería" en la América Latina ha sido objeto de numerosas anécdotas reales o inventadas, aunque siempre divertidas. Una de ellas cuenta que un turista chileno confesó a sus anfitriones conservadores en Madrid, que se había sacado la polla en Chile para agregar: "La mitad de la polla se la ofrecí a la Virgen María, y con la otra mitad me vine a España".
Sin embargo, es interesante que muchas de estas palabras diferentes se están volviendo comunes. Culebrón no es infrecuente en la América Latina y la palabra "ninguneo" (mirar por encima a otro, tratarlo como a ninguno), de origen mexicano ya viene usándose en la Península. Hace poco oí decir a una amiga española que había una expresión típica española: "ni chicha ni limonada". Es una frase que nunca he entendido bien, aunque sé que se usa en toda la América Latina, y en especial en el Perú, de donde se supone procede la chicha, aunque la limonada llegara luego.
La primera palabra americana que entra al vocabulario universal es "canoa". Desde entonces la contribución de la América Latina al castellano ha sido infinita. Términos como "chocolate" o "papa" (convertida en "patata" por su similitud con el inglés "potato"), que se refieren a productos oriundos fueron de los primeros en universalizarse, pero también "cancha" por campo de juego y "cacique" por jefe. Términos de la literatura mítica europea como "California" se usaron asimismo para nombrar los nuevos lugares americanos. Sin embargo, la unidad en el idioma se ha ido formando a lo largo de los siglos en la medida en que la lengua se ha extendido gracias a los inmigrantes, el turismo, las relaciones comerciales y la televisión. La literatura ha jugado algún papel en este proceso.
Cuando el entonces presidente de la Academia de la Lengua en el Perú, el escritor Ricardo Palma, llegó a España en 1892, para pedir la incorporación de algunos peruanismos y quechuismos, la situación era distinta. Por entonces las palabras "peruanas" que pedía se incorporaran al diccionario, fueron rechazadas, en nombre de una cierta pureza. Palma iba a publicar luego una lista de estos términos en sus "Papeletas lexicográficas" (1903), con dos mil setecientas voces. Sin embargo, peruanismos como "cacharpas" (trebejos o cosas) "pucho" (cigarrillo) o "candelejón" (ingenuo o tonto) han sido aceptados en posteriores ediciones. También, un equivalente de "reñir" que se remonta al Perú del siglo dieciséis: "resondrar". Hoy las "Papeletas lexicográficas" de don Ricardo Palma pueden encontrarse en la biblioteca virtual Miguel de Cervantes.
Uno de los caminos para llegar a esta comunidad ha sido marcado por las editoriales españolas que publicaron novelas latinoamericanas. Desde la década del sesenta cuando todavía se consideraba la pureza castiza como una virtud, estos editores (con Carlos Barral a la cabeza) publicaron las obras de Vargas Llosa, Julio Cortázar y otros en el lenguaje coloquial en el que fueron escritas, una norma que las editoriales han continuado. Hoy no nos podemos imaginar cómo serian los libros de Rulfo o Cortázar, si algún editor español los hubiera buscado traducir a la jerga madrileña.
La idea de la pureza o la inviolabilidad del idioma, por eso, me parece inútil y anacrónica. Hoy, algunos piensan que los escritores somos unos abanderados en una supuesta lucha contra la influencia del inglés. Se trata de un viejo anhelo que quedó consagrado por la dolorosa, ansiosa pregunta de Rubén Darío; "¿Todos los hombres hablaremos algún inglés?" Hoy sabemos que ese día no está próximo (el chino es una amenaza mas concreta, por ahora). Estamos, es verdad, rodeados de palabras inglesas, aunque no siempre por razones culturales. El hecho de que usemos términos como "mouse" o "chip" por ejemplo no se debe solo a la influencia del inglés en nuestras vidas sino también a las ventajas del monosílabo, en una era de comunicaciones rápidas. "Defender el español de la invasión del inglés" es tan absurdo como haber querido defenderlo del árabe en el siglo dieciséis. Hoy, las palabras en árabe (como "tarea", "alcalde" y "acequia"), ocupan nuestro idioma y son tan españolas como cualquiera otra. Lo mismo ocurrirá con las palabras inglesas que se incorporen, porque creo que el corazón de un idioma no está en las palabras que usa, sino en su gramática. En la medida en que la gramática, sus estructuras profundas se mantengan, el idioma seguirá siendo el mismo.
La lengua, como bien sabe la Real Academia, es un organismo vivo, que avanza en el tiempo. En su proceso se pierden y se incorporan nuevos términos. Palabras como "pardiez" (eufemismo de "por Dios"), han desaparecido. Otras, como la catalana "frazada" se usa en el Perú, pero no en la mayor parte de España donde se ha extendido, en el mejor sentido de la palabra, la expresión "manta". El habla coloquial es la sala de máquinas en la que la lengua se va renovando. Hoy en día, no nos enfrentamos al peligro de la perversión sino de simplificación. El lenguaje de los medios de comunicación, en especial de los noticieros televisivos, ha creado un código de expresiones simples y neutras, con frases generales. En la mayor parte de ellas, no hay adverbios y apenas hay adjetivos. Cualquiera que vea un noticiero hoy puede comprobar que los adverbios son una especie en vías de extinción en su lenguaje. Con ello, hemos perdido matices, sutilezas, riqueza en el significado, lo que no es de extrañar en el predominio de la estupidez que por lo general es una característica de los medios televisivos.
Solo quienes tienen a su cargo el castellano entre nosotros -periodistas, escritores, comunicadores en general-, pueden ser capaces de intentar de mantener para nuestra lengua común el brillo de su inteligencia y el esplendor de su expresividad, con todas las palabras añadidas de otros idiomas y jergas que hagan falta. Al igual que la vida, el idioma nunca es puro o inviolable. Nuestra tarea hoy no es defender la pureza sino la complejidad y expresividad del idioma, sus luces y complejidades, y su capacidad para servir de herramienta de comunicación con los demás y con nosotros mismos. En esa tarea, felizmente, la cantidad de hablantes del castellano asegura sus recursos para el futuro. Se trata de una lengua en la que aportan además muchas de las lenguas nativas americanas, lo que es invalorable para su riqueza. Creo que, como nunca antes, en España y en América Latina, existe una conciencia de una lengua común y diversa, una lengua infinita.
(Ponencia en el Congreso de CERLALC, Casa de América, Madrid, junio, 2008)
Fuente: El Dominical.
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